
De pequeña soñaba con volar. A menudo me molestaba despertar y ver que ya no podía seguir planeando sobre pueblinos y bosques. También soñaba de día. Me quedaba embobada contemplando los vencejos que anidaban en los tejados de mi calle, preguntándome si por fin mi hermano «el inventor» construiría los extraños artefactos voladores de Da Vinci.
Me hice mayor y me olvidé de mi sueño. Comencé a hacer cosas razonables y dejé de perder el tiempo «dibujando boas abiertas y boas cerradas» como hizo el aviador de El Principito y fijé objetivos realistas y provechosos en mi vida.
Años después tuve la oportunidad de montar en parapente biplaza en los Alpes. Cuando despegamos, una emoción recorrió todo mi cuerpo. Delante de mis ojos danzaban imágenes maravillosas como las cumbres del Mont Blanc y Aiguille du Midi, ciervos correteando en el bosque de Chamonix y árboles que se mecían a nuestros pies por acción del viento. En mi interior también había movimiento. De repente recordé mi sueño y supe que tendría que aprender a volar.
Ahora ya no puedo imaginar mi vida sin practicar este deporte.
El día 31 de mayo prometía largos vuelos. Las previsiones meteorológicas de las que tanto dependemos eran perfectas para acometer grandes trayectos. El viento soplaba lo suficientemente fuerte para ayudarnos a viajar lejos, pero se mantenía dentro de los márgenes de seguridad. En el cielo los cúmulos marcaban las mejores masas de aire ascendente o térmicas y la diferencia de temperatura en las distintas capas nos indicaba que podríamos alcanzar más de 3000 metros sobre el nivel del mar.
Con esas prometedoras condiciones de vuelo, despegué de Montánchez junto a varios pilotos experimentados. Enseguida me di cuenta de que las previsiones se cumplían: en pocos minutos alcancé 2700 metros y con ayuda del viento avancé a 60km/h dirección Sur- Suroeste, ya que mi intención aquel día era llegar a Jerez de los Caballeros.
En el primer tramo del vuelo tuve que acostumbrarme a las turbulencias y los movimientos imprevisibles del parapente y agradecí las horas de entrenamiento en condiciones duras. Cuando llegué a Mérida ya había perdido mucha altura y necesitaba encontrar una térmica que me permitiera continuar el vuelo.
Estudié el terreno bajo mis pies y vi una parcela junto a un arroyo donde habían quemado rastrojos y contrastaba con el resto del terreno a su alrededor, eso supone un perfecto generador y disparador de térmicas. Cuando pasé por encima, sentí que el parapente se elevaba y conseguí alcanzar una altura de 2600 m.
Algo parecido ocurrió en Almendralejo. Atravesé el pueblo con sólo 300 metros sobre el terreno y finalmente se desprendió una térmica de uno de los viñedos y logré continuar el vuelo hacia el sur. Esos momentos en los que este deporte pone a prueba tus conocimientos y concentración son los más bonitos y los que causan más satisfacción.
A partir de aquí todo fue mucho más fácil. Volé bajo las nubes y ascendí sin mucha dificultad hasta llegar a menos de diez kilómetros de Jerez. Me di cuenta de que llegaría sin problemas al pueblo gracias a la altura que tenía y como las condiciones del día eran excelentes me marqué un objetivo más ambicioso: cruzar la provincia de Badajoz. Mis compañeros me comunicaron por la emisora que seguían sobrevolando la autovía en dirección Sevilla, por lo que cambié de rumbo para acercarme más a ellos.
Poco a poco me fui aproximando a la Sierra de Aracena y vi cómo también cumplía el segundo objetivo. Dejé Aracena a mi derecha y fui perdiendo altura sin encontrar ninguna térmica que me permitiera volver a ganar unos metros y seguir avanzando hacia el sur y finalmente aterricé en Jabuguillo, un minúsculo pueblo de la sierra.
Al aterrizar me sentí profundamente emocionada por haber conseguido hacer un vuelo tan bonito, pero no era consciente del número de kilómetros que había realizado. Fueron los pilotos que vinieron a recogerme y los compañeros del Club Parapente Extremadura, que me seguían desde sus casas a través de internet, los que me dijeron que acababa de batir el récord femenino de España.
Ahora mismo, mientras te cuento esta bonita experiencia, tengo una gran sonrisa dibujada en mi cara. Me hace muy feliz poder afirmar que los sueños se cumplen cuando se lucha por ellos.
Y tú… ¿con qué sueñas?
Puedes ver un reportaje completo de esta aventura en el siguiente enlace:
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